En primer lugar, es muy importante entender completamente lo que esto significa: «Vivir sin hogar es mucho más que estar sin techo», un hogar es «donde tengo mi espacio, mi intimidad. Donde nadie puede entrar arbitrariamente. Que puedo trasladar de lugar, sin renunciar a mi identidad. Donde me pueden acoger si ya no puedo vivir en el que era mío. Conformado por mis bienes. Sean muchos o pocos, o casi no sean nada. Por mis sueños, mis proyectos. Por lo compartido o el recuerdo de lo que compartí. Hogar es mi barrio. Mis vecinos, los amigos. Los compañeros del parque, de banco o de balón de fútbol. La casa, el agua, la luz, sin barreras. Salud, educación, formación. Música, fiesta, denuncia. Unión. Que es mío y de todos. Compartir. En un dar y recibir. Aprendiendo y ayudando a aprender.»
Por eso debemos comprender que la vivienda es un derecho social imprescindible para desarrollar otros derechos constitucionales como el derecho al libre desarrollo de la personalidad (artículo 10.1 CE), el derecho a la intimidad (artículo 18 CE) y, en suma, el derecho a la libertad (artículo 17 CE).
Por tanto, el hecho de que una persona no disponga de una vivienda digna y adecuada conlleva la perdida de otros muchos derechos que son de garantía plena, por ello es importante luchar contra que estas situaciones sigan ocurriendo. El problema viene cuando esta tendencia a quedar desprotegido de un techo se agrava y se sigue sin buscar soluciones eficientes y que garanticen no solo el derecho a la vivienda, sino todo lo que como ya hemos visto deriva de él.
Si hemos entendido bien lo que teóricamente es esto, hagamos un ejercicio de autoconciencia y busquemos siempre la empatía. Hay que tener en cuenta que cada persona es distinta y tiene su propia situación personal por lo que lo más importante es no forzar la situación. No obstante, encontramos ciertas características comunes, por así decirlo una especie de “perfil” de las personas sin hogar, que nos pueden ser muy útiles a la hora de hacernos un imaginario más o menos fiable de su situación emocional. Con esto no queremos decir que por que una persona vaya mal vestida o este con un cartón de vino en medio de la calle sea lo que comúnmente llamamos “pobre”, ese pensamiento es prejuicioso y conlleva consigo un montón de heurísticos despectivos que son las que nos hace tener una visión negativa de su situación. Lo que intentamos encontrar son características “no visibles” comunes.
La mayoría de la gente vive una infancia en un hogar, con su familia. A consecuencia encontrarte en una situación en la que no tienes nada ni a nadie genera la ruptura de la propia identidad y unos niveles de autoestima mínimos. Por eso, algunos se acostumbran a esta situación, porque no pueden estar en permanente conflicto consigo mismos. Pero tampoco penséis que es lo habitual, muchos de ellos siguen guardando esperanzas de mejora que es muy importante que respetemos y valoremos. Sin embargo, veréis como estas esperanzas no suelen tener relación alguna con las políticas sociales. Por desgracia la mayoría de ellos se sienten excluidos del sistema de protección de este país.
Los factores que llevan a una persona a perder su hogar hay que abordarlos desde dos perspectivas. Por un lado, la personal. Suelen vivir situaciones traumáticas o conflictos graves en periodos de tiempo muy reducidos, cuando la mayoría de la población nos enfrentamos a ellos a lo largo de nuestra vida. Esto los lleva a la calle y, a partir de encontrarse desamparados, pueden desarrollar enfermedades mentales o volverse adictos a la bebida.
Aunque tampoco es lo más común. Según refleja el INE (Instituto Nacional de Estadística), una de cada tres personas sin hogar es abstemia y nunca ha probado las drogas, de los otros dos tercios no todos son unos borrachos alcohólicos, simplemente han sido jóvenes o se tomaban una cerveza los sábados por la mañana, como cualquier persona normal. Es una ínfima proporción la de personas sin hogar que sean alcohólicos o drogadictos. De hecho con el avance de la crisis y los crecientes desahucios y vulneraciones de derechos el perfil de “vagabundo borracho” se ha ido disipando, hasta llegar al punto en que ahora es más común ver a una persona con un cartel que pone: Español, 48 años, sin trabajo, pido para que mi familia coma… Analizar bien en vuestras cabezas el significado de estos carteles y la cantidad de juicios que conlleva, no por parte de quien los escribe, sino más bien el hecho de escribir ese cartel con esas palabras exactas (español, edad, familia…) significa que esa persona ha integrado en su ser que la sociedad en la que vive es por defecto prejuiciosa.
Por otro lado, encontramos factores como la desigualdad de oportunidades, insuficiencias de los sistemas de protección social o barreras para acceder a recursos materiales que son endémicos del sistema en el que vivimos. Cuando a una persona la operan, suelen internarla unos días y después la mandan a recuperarse a casa. Si vives en la calle, no puedes recuperarte básicamente porque ninguno de los sistemas de protección (Seguridad social, Empleo, Vivienda, Educación, Salud, Servicios Sociales) asume la responsabilidad de intentar paliar esta situación.
Y la situación empeora cada día debido a la crisis. Por un lado, la precaria situación económica en la que se encuentra España provoca que se desvíe el foco de atención, que se atienda a otro tipo de colectivos y se entierren los problemas de los ´sin hogar´. Además, los innumerables recortes en servicios sociales han generado un descenso de entre el 15% y el 20% de las ayudas a las ONG’s. Esto a su vez provoca una merma significativa en su personal y el cierre de muchos albergues, por lo que desde el Tercer Sector tampoco pueden ocuparse de ellos.
España es el tercer país más pobre de la Unión Europea, el 22% de su población vive por debajo del umbral de la pobreza, un millón y medio de personas está en riesgo de pobreza o exclusión social y otro millón y medio más en riesgo de exclusión residencial.
También desmitificar la idea que se tiene de este colectivo, dejar de responsabilizarlo por vivir en las deplorables condiciones en las que lo hace. Hay que humanizar a quienes viven en la calle, expuestos a la humillación o a la violencia (según el INE, el 51% ha sido víctima de alguna agresión). El primer paso para lograrlo es entender que no son indigentes y vagos, son personas.
Si queremos entender un poco más la situación no tenemos que ir muy lejos. Estos son los datos de Alicante: más de 17.000 personas viven en la calle en toda la provincia. El centro de acogida e inserción para personas sin hogar de Alicante está desbordado, cada semana recibe una media de cinco nuevos ingresos y que tiene lista de espera. El tiempo para permanecer en el albergue es limitado (en torno a los 6 días por año) puesto que sino no se podría atender ni la mitad de la demanda, recientemente es normal que este periodo de estancia sea tan breve que ni siquiera les dé tiempo a los trabajadores del centro a guiar una posible actuación con los usuarios para meterlos en planes de inserción o de acceso al empleo.
Además, está cambiando el perfil de los usuarios ya que el número de españoles que acuden a los servicios de comida no deja de aumentar, y lo mismo ocurre con la acogida. También son cada vez más jóvenes, que se han quedado en paro y en la calle, y que llegan solicitando alguno de los servicios que ofrece el centro. También tiene programas de emergencia social y otro dirigido a personas mayores sin recursos y en desarraigo, el problema es como ya hemos señalado que son insuficientes, por eso cada día hay más gente durmiendo en cajeros y bancos de la calle.
Muchas de estas personas viven solas, se limitan a pedir dinero para comprar comida e ir al centro de día a asearse y seguir con su rutina. Pero por otro lado también hay una gran red de solidaridad entre las propias personas que viven en la calle. Han llegado a haber casos de personas que formaban “familias”, se repartían zonas del centro de la ciudad para pedir dinero o comida y por las noches se juntas para dormir todos juntos y repartirse los “tesoros” de ese día. No es una vida digna, no la merecen, pero no han perdido el espíritu de cohesión y ayuda social que deberíamos tener todos.
Marta López (Kaa)